El ocultismo de la Internet profunda ha incrementado la capacidad de los usuarios para ser anónimos en la Red
Servidores en un centro de Datos. Fuente: Google SF.
Desde su popularización, a
finales de los noventa, Internet ha logrado superar altas montañas, sumergirse
en profundos océanos y atravesar vastos desiertos que históricamente han limitado
las capacidades de comunicación.
Infinidad de sitios web,
enciclopedias digitales o documentos
portátiles nos simplifican el acceso a la información digital instantánea
y sin ninguna dificultad.
La transmisión del conocimiento
ha experimentado fuertes cambios durante toda nuestra existencia. La última
revolución abandona la tinta para dar paso a impulsos eléctricos: ceros y unos
que una vez ordenados se muestran en la pantalla de nuestros dispositivos.
Sin embargo, las barreras físicas
no son el único problema al que se enfrenta el acceso al conocimiento. La
generalización de los medios impresos tradicionales convirtió la información en
una simple mercancía, un instrumento para comerciar. En la actualidad la
situación se mantiene sin cambios. Empresas y organismos públicos controlan los
párrafos con los que se informan día tras día los ciudadanos, bajo sus propios
intereses.
Pero, ¿cómo nos afecta este
panorama a los usuarios digitales? En las últimas décadas gran parte de los
países desarrollados ha empezado a experimentar con un control y análisis de la
información que circula a través de Internet. Sobre todo tras la llegada de las
redes sociales y la gran vorágine de temáticas que en ellas encontramos.
Incluso algunos están creando o ya han creado diversas leyes que regulan la
publicación y difusión de contenidos que consideran sensible. Y no
exclusivamente los regímenes represivos, sino que también algunos democráticos
suelen recurrir a distintos niveles de restricción digital o censura
maquillada.
Que nada bueno se cuece en las
entrañas de Internet no es un secreto. Delitos impunes, drogas y activismo son
las temáticas que más líneas ocupan en los diarios, pero la otra cara de esta web no explorada
alberga gran cantidad de documentos censurados o prohibidos sobre temas variopintos.
De hecho, muchos de los delitos
que se cometen son condenados por los propios usuarios de la internet profunda.
Hoy son muy pocos los medios de comunicación que han invertido tinta en contar
a sus lectores las operaciones que se llevan a cabo contra la pedofilia en el
que se ha ganado el nombre de “lado oscuro” de Internet. ¿Quizá no interesa a
la junta de inversores?
Anonimato
¿garantizado?
Acceder a la internet profunda
“está al alcance de todos”, nos cuenta Rubén García, Ingeniero en Informática
de Sistemas por la Universidad de La Laguna (ULL). El navegador con el que
podemos acceder a toda la información no indexada por Google y los principales
buscadores se llama TOR Navegador y se descarga fácilmente desde su sitio web.
Podemos instalarlo incluso en una memoria USB y llevarlo con nosotros a donde
queramos, sabiendo que “funciona en las principales plataformas”.
Este navegador, de uso similar a
Firefox, tiene un principio de funcionamiento sencillo: toda la información que
enviamos hacia el exterior está cifrada. Al mismo tiempo, si algún
intermediario intercepta esa información, no podrá ser descifrada, ni saber a
quién pertenece, gracias a la descentralización de la Red.
Salgamos de dudas: ¿es seguro
navegar en la internet profunda? En la práctica, este sistema no es infalible
al cien por cien. Rubén García nos recomienda no hacer un uso continuado porque
“cuanto más tiempo estés usándolo, más posibilidades tienen de dar contigo”.
Somos seres humanos, y de
nosotros emergen patrones de comportamiento, que en cortos plazos de tiempo,
podrían destapar nuestra auténtica identidad con sus miserias humanas. Incluso
en sólo 6 días “si alguien quiere encontrarte, lo hará”.
No olvidemos que la idea que
sirve de punto de inicio al proyecto TOR es la de ocultación de la identidad.
Por esto, no debemos utilizar nuestras cuentas de correo personal, sino crear
nuevas dentro de la Red con otros servicios para comenzar protegiendo nuestro
rastro. De la misma forma, localizaciones, datos sensibles o cualquier
información que resuelva el patrón de nuestra identidad nos exponga
públicamente.
Gerard Ríos, ingeniero en
Informática por la ULL nos garantiza que “la seguridad absoluta no existe”. Incluso
con ciertas medidas de precaución no estamos del todo a salvo. Algunas agencias
de seguridad gubernamentales utilizan la técnica de “poner el anzuelo y ver
quién pica”.
Periodistas en el punto de mira
En los últimos años muchos han
sido los casos de profesionales de la información que han sido cuestionados y
encarcelados por publicación de textos o filtraciones de documentos cruciales
para los gobiernos. En una entrevista exclusiva a lamarea.com, el periodista ruso
Yasha Levine aseguró que TOR podría ser “una trampa”. Una herramienta de
inteligencia estadounidense. Y no es una idea descabellada, sabiendo que el 90%
de la inversión que recibe la fundación que mantiene el proyecto proviene del Gobierno
de Obama.
Algunos textos de la NSA o el FBI
casi siempre están “vinculados a la conspiranoia” asegura García. Los usuarios
acceden a ellos por mera curiosidad y porque “se sienten poderosos” al acceder
a ellos. Precisamente por eso el periodista en su día a día, al perder su
identidad real se encuentra al mismo nivel que cualquier otro usuario, es
decir, con los mismos derechos de acceso a la información.
Es incuestionable la gran
abundancia de publicidad sobre venta de estupefacientes a precios ridículos,
contratación de sicarios en menos de 10 minutos, pornografía infantil con solo
insertar dos letras en el navegador…
En definitiva, organizar la
internet profunda hacia “otros fines” es tan utópico como pretender “detener el
tráfico de drogas o armas en el mundo” afirma García.
Guste o no, somos los periodistas
quienes tenemos el deber deontológico de hacer llegar información veraz a la ciudadanía, sea cual
sea la temática a tratar y, desde luego, el uso “pernicioso” de los avances
tecnológicos. Y entretanto, son las grandes corporaciones como Google y los
gobiernos quienes prefieren mirar para el lado donde la censura, el anonimato y
la vigilancia ininterrumpida los 365 días del año, son inexistentes. Algunos
países incluso se amparan en falacias como la seguridad nacional.
¿Nos deparará una época oscura en
la gestión del conocimiento?
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