Pepper, el robot creado por Aldebaran / Fuente: Aldebaran Softbank |
Mª Amparo Bricio Glez.
Películas como RoboCop,
Terminator; Yo, robot; EVA y la más reciente Chappie,
imaginan un mundo donde los robots están integrados con los humanos. Los robots
son un componente esencial de la ciencia ficción, pero aunque estas historias
sean producto de la imaginación del guionista, existen en ellas detalles
esenciales que las devuelven a la realidad.
La tarea capaz de realizar
el invento creado por los seres humanos y la interacción de unos y otros es un
reto tecnológico y foco de atención social. En RoboCop es el robot
policía; en Terminator, por el contrario, Schwarzenegger interpreta a
una máquina de matar. Yo, robot describe una sociedad con mano de obra
no humana, y para los humanos de EVA tener un gato mecánico es lo
normal. El paso más allá se da con Chappie, capaz desarrollar
sentimientos. En los filmes vemos a robots que se asemejan a las personas. La
idea de que una máquina tenga autonomía y llegue a ser un humano está presente
en la narrativa cinematográfica.
No vivimos con robots,
pero podríamos. Seres artificiales como los de las películas no han sido
inventados aún. Los robots actuales son más simples y se dedican a una tarea
concreta. Sin embargo, ¿sabemos realmente qué son?
El catedrático de Física
de la Universidad de La Laguna (ULL) y coordinador del Grupo de Robótica de la
ULL (GRULL), Leopoldo Acosta, explica que para ser denominado como 'robot'
"tiene que adquirir información sensorial del entorno. Hay que darle una
cierta planificación, que programarlo. Recibe información de esos sensores,
tiene un objetivo y actúa sobre el entorno". Además, la función que realice
deberá ser autónoma.
En muchas ocasiones, aclara
Leopoldo, llamamos por este nombre a algo que es una máquina distinta, por
ejemplo los drones. En el caso de estos aparatos, una persona recibe a
distancia los datos que ha recopilado el artefacto y actúa en él, "es el
humano quien cierra el lazo y le dice qué tiene que hacer".
Uno de los sectores
emergentes en el mundo actual es la robótica social. Esta modalidad está
destinada a fomentar la interacción entre máquinas y seres humanos. Cynthia
Breazeal, del Instituto Tecnológico de Machassusets (MIT), creó a Kismet, un
hito en este campo que orientó las investigaciones posteriores.
Kismet no era más que
unos ojos, unas 'orejas', cejas y boca que se movían para imitar las emociones
humanas. Era capaz de saber si estabas
contento o enfadado mediante la detección de emociones. También hablaba y
adaptaba el tono de voz al estado de ánimo que tenía en ese momento. Pese a
todo, puede resultar incómodo conversar con una cabeza llena de hierros.
Pepper es un ser blanco
sin piernas y un rostro amigable que también capta nuestras emociones, las
expresa y habla con nosotros. Antonio Morell, investigador del Grupo de
Robótica de la Universidad de La Laguna (GRULL), admite que "se busca que
cada vez sean más emocionales" y añade que es importante hacer que la
interacción sea agradable para la persona.
Sin embargo, la
capacidad de estos inventos para interactuar con las personas no surge de algo
intangible o mágico; detrás hay procedimientos no tan complejos como podríamos
llegar a pensar.
La 'magia' detrás de la
interacción
No tiene nada de mágico.
Es curioso descubrir que es cuestión de una cámara integrada en el robot, unos
motores en la 'cara', reconocimiento de voz y sintetizador de voz. Nada que no
tengamos en una tablet o en un móvil.
Leopoldo Acosta explica
cómo la cámara puede realizar reconocimiento facial. A semejanza de las 'captadoras
de sonrisas' actuales, reconoce nuestro estado de ánimo. Se procesa la
información para extraer características y parámetros significativos. El ideal es
que las pautas dadas sean pocas para que pueda reconocer una cara frente a
otras. Luego, mediante aplicaciones informáticas, se comparan características
establecidas con las que la cámara está captando del sujeto que enfoca; se
juega con las distancias de ojos, boca o nariz para identificar rasgos faciales
que se asemejen a los que tiene en su base de datos.
Sonríes y Pepper te
observa, busca en su base de datos y localiza el patrón de la sonrisa. Así sabe
que estas contento. Con los gestos distinguimos algo similar, ya que el robot
selecciona una emoción y sus motores proyectan en su cara la alegría, la
tristeza o el enfado.
Pasemos a la voz. Es un
sistema mucho más complejo. Acosta menciona que "la voz es una señal
comprendida en un rango de frecuencias” y que “la humana está por debajo de los
4 kilohercios" (4000 hercios).
Los hercios determinan
la frecuencia de sonido, es decir, la cantidad de veces que vibra el aire que
transmite ese sonido en un segundo. Según sea su frecuencia, podremos oír el
sonido o no; y, en el caso del robot, reconocerlo. Hay que tener en cuenta que
la voz femenina es más aguda que la masculina y que todas las voces no son
iguales. Acosta recalca que "la primera generación de robots dependían de
la persona que hablaba". Se les entrena con bancos de palabras y frases
para su reconocimiento. Las voces de nuestros nuevos amigos robots ya no son
desagradables como antaño. El componente metálico se ha ido reduciendo mediante
filtros para que suenen naturales.
Te pareces a mí
Los androides surgen de
la búsqueda por la imitación del humano. Poseen las características de todos
los robots, pero con una diferencia: su gran parecido al ser humano.
Antonio Morell habla
sobre su próxima experiencia en el laboratorio Takanishi, de la universidad de
Waseda, y destaca la motivación que tienen por los humanoides, por hacerlos lo
más semejante a alguien como nosotros. Estos robots pueden poseer incluso piel
sintética. Sin embargo, el avance humanoide más destacado en robots fue la
cadera, ya que hicieron falta muchos experimentos con el equilibrio para lograr
que fueran bípedos, que se movieran como nosotros.
Geminoid HRP-4 y su semejanza con una mujer japonesa / Fuente: Diginfo.tv |
Pese a que pueda
parecer increíble, el aspecto de estos androides no despierta mucha emoción más
allá del increíble trabajo estético realizado. "Cuando los diseñas de tal
manera que se parece tanto a un ser humano puede generar sensación de
rechazo", indica Morell. Es el caso del Geminoid HRP-4C, un robot femenino
japonés al que si vemos por la calle pensaríamos que es una persona. Dan un
poco de 'mal rollo' como diríamos coloquialmente. Por eso piensa que "la
tendencia no debería ser acercarse a un ser humano". En el caso de Pepper,
de apariencia amigable y muy simpática gracias a que asemeja a un humano, pero
dejándose claro en su apariencia que es una máquina.
Aquellos robots que se
han asemejado físicamente demasiado a nosotros no han tenido éxito.
Telenoid es un dispositivo
sin brazos ni piernas, "muy cuidado en expresividad", según Morell.
Acompaña a personas mayores en sus casas y les facilita muchas tareas, por
ejemplo llamar por teléfono. "Sirve de interfaz de comunicación entre ser
humano y otro, transmitiendo así la información"; estaría en el término
medio entre una máquina a secas o un robot propiamente dicho. Aún así es una
bonita forma de comunicarse con los demás, agradable, amena y cercana.
Baxter es otro ejemplo
de interacción. ¿Su pecularidad? Usted es su 'profesor'. A Baxter le enseñas a
coger los brazos, como si estuvieras enseñando a un ser humano y esto, insiste
Morell, "permite socializar más a los robots".
Sin fallos
Todo debe estar
perfectamente calculado y atado. Un fallo en el funcionamiento podría suponer
un problema. "Estos robots suelen ser bastante pasivos, pero surge un
problema ético que frena su comercialización", explica Acosta. Y es que si
fueran más activos cabría la posibilidad de causar un daño a la persona.
"Pueden emular el comportamiento humano más o menos bien, pero, ¿qué pasa
si se da una situación límite?", se pregunta el experto. Sugiere que para
que se consolide hacen falta años de desarrollo y mejora; aún no se ha avanzado
lo suficiente.
Acosta cree que la
robótica social "tendrá resultado, pero no a un ritmo tan rápido como
parece", por los problemas planteados y la escasez de tecnología avanzada,
aunque se muestra optimista al respecto.
Morell también es
positivo, aunque señala que "no hay que olvidar que todo tiene un
coste". Piensa que la adaptación se producirá más rápidamente primero en
el ámbito de los servicios y en acciones muy concretas (no existen robots multitarea).
Muestra su entusiasmo por que esto se lleve a cabo en el ámbito médico, pues
supondría una gran revolución. Pero admite que "no será algo
inmediato".
¿Los veremos caminar
pronto por nuestras calles? Parece que aún no. Además, no sabemos cuándo se
producirá la democratización en su adquisición ni si se reducirán los costes de
fabricación, distribución y mantenimiento, permitiéndonos tener un robot en
casa a todos.
La robótica social está
en continuo desarrollo. Podría suponer la revolución tecnológica de nuestro
tiempo y una solución a problemas como el cuidado de ancianos que viven solos,
o ser nuestros nuevos auxiliares de tienda o eficaces camareros. Hay una multitud
de posibilidades con las que soñar. Por el momento habrá que seguir trabajando
e investigando en ello para mejorar el futuro.
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