Relatar la historia de los miedos puede ser complicado Este reportaje ayuda a entender qué sucede cuando alguien con miedo a volar sube a un avión
Tengo fobia a viajar en avión. Me crié en el sur de Tenerife con mis
padres y dos hermanos mayores. En cuanto a viajes, mis padres tenían preferencia
por los barcos, por eso de que fletabas el coche con todo lo necesario. Los
viajes más largos durante mi infancia fueron a la Palma o La Gomera. Lo más
lejos que llegamos fue a Gran Canaria, y digo lejos porque cambiamos de
provincia. Aún recuerdo lo bien que lo pasábamos, incluso en el barco. Era toda
una fiesta.
Pero llegó el momento de coger un avión. Tenia 14 años y las amigas del
colegio estaban anhelosas porque nos íbamos a la Expo de Sevilla. Me sudaban las manos y lo que sentía en el
estómago no eran precisamente cosquillas. Aún recuerdo aquel momento en el que
aterrizamos en Tenerife a la vuelta del viaje de fin de curso. Reconozco que me
marcó más el nudo en la garganta y las molestias estomacales durante el vuelo
que la Giralda de Sevilla.
Yo se diferenciar un miedo de una fobia. Sentir miedo es normal. Si
cruzamos una calle con cautela para no ser atropellados es porque sentimos un miedo
racional que nos ayuda a sobrevivir. Una fobia es algo muy diferente. Son miedos
irracionales generados por pensamientos negativos que se manifiestan en
nosotros a través de síntomas fisiológicos, y los producidos por el área
cognitiva, como pueden ser una inquietud muy elevada, la sensación intensa de
estar dominados por lo que nos aterra y el miedo interno a llegar a perder el autocontrol.
Todos ellos nos incapacitan y hacen que perdamos calidad de vida. Un ejemplo de
fobia es mi miedo a volar. ¡Al fin resulta fácil relatar la diferencia entre
miedo y fobia!
Pasaron los años y comencé la universidad. Con la mayoría de edad en el
bolsillo y una vida llena de cambios. Comienzan a surgir planes que suenan
divertidos hasta que aparece la palabra avión.
Es ahí donde comienza mi angustia. Mis nuevos amigos hablan de Barcelona y de
un concierto que Take That- el grupo
para adolescentes del momento- daba en la ciudad Condal. Al realizar este viaje
fui consciente del aumento de mis pensamientos negativos y la falta de control
sobre ellos, por no hablar de los síntomas manifestados en mi cuerpo. Al volver
a Tenerife juré no viajar nunca más en avión. En ese momento hacía lo imposible
para no tener que pasar otra vez por esos momentos de ansiedad. Huir de lo que
provocó mis miedos fue lo más acertado.
El avance de mi fobia hizo que buscara información sobre los síntomas
que sentía al subir a un avión y la razón de sus orígenes. Para ello recurrí al
Catedrático del Departamento de Psicología Clínica, Psicobiología y Metodología
de la Universidad de La Laguna, Wenceslao Peñate. En nuestra conversación
explicó el abanico de posibilidades sobre el origen de la fobia. Apuntó que si
un individuo experimenta una situación negativa durante un vuelo hablamos de un
miedo racional. Cuando el individuo generaliza dicha experiencia al resto de
los vuelos pasa a ser un miedo irracional, propio de las fobias. Además comentó
que el origen podía hallarse en conversaciones impregnadas de vivencias
nefastas vividas por personas ajenas a mí.
Las palabras del psicólogo me llevaron al inicio de mi miedo a volar. Cuando
era pequeña, mi tío venía todos los veranos de Madrid a Tenerife para vernos.
En uno de esos vuelos el piloto del avión comenzó la maniobra de aterrizaje pero
el puente se había atascado. Al recordar el terror que sentí mientras mi tío
relataba la historia supe que era el principio de mi fobia.
Terminando nuestro café, el Profesor Peñate comentaba que un 10% de los
canarios presenta miedo a volar debido a cómo interfiere el medio de transporte
aéreo en la vida de los habitantes del Archipiélago, ya que necesitamos un
avión para comunicarnos entre islas y, sobre todo, con el resto del mundo.
A pesar de toda la información el miedo persistía, pero ya había unido
algunas piezas del puzle. Al terminar la Licenciatura de Historia, mi grupo
íntimo de amigos de la facultad organizó un viaje a Londres como despedida de
nuestros 5 años de universidad. No pude ir a ese viaje. En ese momento reconocí
la fobia a familiares y amigos y comencé a buscar ayuda. Gracias a mis años de
universidad y al aprendizaje adquirido, gozaba de una mayor conciencia con
respecto a la que tenía aquella niña que viajó a la Expo’92.
Meg Ryan, en la película French Kiss, pierde al amor de su vida por miedo a volar |
Con 25 años recurro a Francisco Rivero, reputado neuropsicólogo e
investigador y actual Coordinador de la Vocalía de Neuropsicología del Colegio
Oficial de Psicología de Santa Cruz de Tenerife (COP). Nuestra charla se enfoca
al estudio del cerebro y como éste reacciona ante un miedo. Rivero me pone en
situación para poder entender con facilidad qué sucede en mi cerebro cuando me
subo a un avión. Hace que imagine que en medio de un vuelo se producen
turbulencias notables. Dicho contexto nos hace sentir miedo intenso, inquietud
y pérdida del control de nosotros mismos. A lo largo de dichas manifestaciones,
observamos que éstas van en aumento llegando, en ocasiones, a experimentar el
pánico: sudoración excesiva, dolor de estómago, taquicardias e incluso
entumecimiento de los músculos por la tensión del momento.
¿Cómo se traduce este escenario en nuestro cerebro? Me explica que el
cerebro tiene un fichero encargado de almacenar recuerdos llamado hipocampo. Este
es quien detecta el contexto que vivimos, por ejemplo, una serie de
turbulencias en el avión. Por otro lado, la zona emocional de nuestro cerebro
llamada amígdala es la que recibe un estímulo y se encuentra interconectada con
nuestro cortex prefrontal orbitomedial, del cual podemos decir que es nuestra
parte más evolutiva del cerebro encargada de enviar respuestas razonadas a la
amígdala. Dichas respuestas dependen de factores relacionados con nuestra forma
de ser. Una personalidad apática, depresiva o negativa alimentará nuestro miedo
y así se desarrollará, cada vez más, nuestra fobia. De lo contrario, una
persona con un carácter extrovertido, positivo y seguro hará que se normalice
la emoción. En ese momento encajé más piezas de mi puzle: mi miedo a las cucarachas, a las alturas y que nunca
he sido especialmente segura de mí misma.
Esquema del funcionamiento
de las partes del cerebro que reaccionan al sentir miedo
|
Con un mayor conocimiento sobre la fobia sigo buscando información. Esta
vez voy un poco más allá. Decido documentarme sobre terapias que ayuden a
combatir los miedos. Esta búsqueda fue una lucha de gigantes: por un lado, lo
que sentía al subirme a un avión y, por otro, las ganas de cambiar mis
emociones ante la situación. El combate duró casi cuatro años hasta que decidí
que había un ganador.
Me puse en contacto con Alfonso de Bertodano, piloto en activo y
licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), además de
miembro de la European Association for
Aviation. Es director de los cursos Perdiendo
el Miedo a Volar que se imparten en colaboración con la compañía aérea AirEuropa. En nuestra charla telefónica
me comenta que el sistema que utilizan para superar el miedo a volar esta
basado en una terapia cognitivo-conductual, técnica que consiste en ir
exponiendo a la persona, de forma progresiva, al objeto de su fobia. La
exposición siempre va acompañada de un terapeuta que busca que el individuo
aprenda a controlar, a través de técnicas de relajación, la ansiedad y angustia
que le provoca viajar en avión. Por otra parte, los cursos también enseñan a
nivel básico los conocimientos correctos y adecuados sobre aviación.
Sin más dilación decidí realizar el curso.
Ahora, a sus 37 años, el personaje ficticio que encarna el miedo a volar
que sienten muchas personas pide perdón por romper su promesa. Ha vuelto
a viajar en avión.
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