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Mi compañero robot

miércoles, 20 de mayo de 2015


Pepper, el robot creado por Aldebaran / Fuente: Aldebaran Softbank


Mª Amparo Bricio Glez.
  
Películas como RoboCop, Terminator; Yo, robot; EVA y la más reciente Chappie, imaginan un mundo donde los robots están integrados con los humanos. Los robots son un componente esencial de la ciencia ficción, pero aunque estas historias sean producto de la imaginación del guionista, existen en ellas detalles esenciales que las devuelven a la realidad.

La tarea capaz de realizar el invento creado por los seres humanos y la interacción de unos y otros es un reto tecnológico y foco de atención social. En RoboCop es el robot policía; en Terminator, por el contrario, Schwarzenegger interpreta a una máquina de matar. Yo, robot describe una sociedad con mano de obra no humana, y para los humanos de EVA tener un gato mecánico es lo normal. El paso más allá se da con Chappie, capaz desarrollar sentimientos. En los filmes vemos a robots que se asemejan a las personas. La idea de que una máquina tenga autonomía y llegue a ser un humano está presente en la narrativa cinematográfica.

No vivimos con robots, pero podríamos. Seres artificiales como los de las películas no han sido inventados aún. Los robots actuales son más simples y se dedican a una tarea concreta. Sin embargo, ¿sabemos realmente qué son? 

El catedrático de Física de la Universidad de La Laguna (ULL) y coordinador del Grupo de Robótica de la ULL (GRULL), Leopoldo Acosta, explica que para ser denominado como 'robot' "tiene que adquirir información sensorial del entorno. Hay que darle una cierta planificación, que programarlo. Recibe información de esos sensores, tiene un objetivo y actúa sobre el entorno". Además, la función que realice deberá ser autónoma.

En muchas ocasiones, aclara Leopoldo, llamamos por este nombre a algo que es una máquina distinta, por ejemplo los drones. En el caso de estos aparatos, una persona recibe a distancia los datos que ha recopilado el artefacto y actúa en él, "es el humano quien cierra el lazo y le dice qué tiene que hacer". 

Uno de los sectores emergentes en el mundo actual es la robótica social. Esta modalidad está destinada a fomentar la interacción entre máquinas y seres humanos. Cynthia Breazeal, del Instituto Tecnológico de Machassusets (MIT), creó a Kismet, un hito en este campo que orientó las investigaciones posteriores. 

Kismet no era más que unos ojos, unas 'orejas', cejas y boca que se movían para imitar las emociones humanas.  Era capaz de saber si estabas contento o enfadado mediante la detección de emociones. También hablaba y adaptaba el tono de voz al estado de ánimo que tenía en ese momento. Pese a todo, puede resultar incómodo conversar con una cabeza llena de hierros.

Pepper es un ser blanco sin piernas y un rostro amigable que también capta nuestras emociones, las expresa y habla con nosotros. Antonio Morell, investigador del Grupo de Robótica de la Universidad de La Laguna (GRULL), admite que "se busca que cada vez sean más emocionales" y añade que es importante hacer que la interacción sea agradable para la persona.

Sin embargo, la capacidad de estos inventos para interactuar con las personas no surge de algo intangible o mágico; detrás hay procedimientos no tan complejos como podríamos llegar a pensar.

La 'magia' detrás de la interacción

No tiene nada de mágico. Es curioso descubrir que es cuestión de una cámara integrada en el robot, unos motores en la 'cara', reconocimiento de voz y sintetizador de voz. Nada que no tengamos en una tablet o en un móvil.

Leopoldo Acosta explica cómo la cámara puede realizar reconocimiento facial. A semejanza de las 'captadoras de sonrisas' actuales, reconoce nuestro estado de ánimo. Se procesa la información para extraer características y parámetros significativos. El ideal es que las pautas dadas sean pocas para que pueda reconocer una cara frente a otras. Luego, mediante aplicaciones informáticas, se comparan características establecidas con las que la cámara está captando del sujeto que enfoca; se juega con las distancias de ojos, boca o nariz para identificar rasgos faciales que se asemejen a los que tiene en su base de datos.  

Sonríes y Pepper te observa, busca en su base de datos y localiza el patrón de la sonrisa. Así sabe que estas contento. Con los gestos distinguimos algo similar, ya que el robot selecciona una emoción y sus motores proyectan en su cara la alegría, la tristeza o el enfado.
Pasemos a la voz. Es un sistema mucho más complejo. Acosta menciona que "la voz es una señal comprendida en un rango de frecuencias” y que “la humana está por debajo de los 4 kilohercios" (4000 hercios). 

Los hercios determinan la frecuencia de sonido, es decir, la cantidad de veces que vibra el aire que transmite ese sonido en un segundo. Según sea su frecuencia, podremos oír el sonido o no; y, en el caso del robot, reconocerlo. Hay que tener en cuenta que la voz femenina es más aguda que la masculina y que todas las voces no son iguales. Acosta recalca que "la primera generación de robots dependían de la persona que hablaba". Se les entrena con bancos de palabras y frases para su reconocimiento. Las voces de nuestros nuevos amigos robots ya no son desagradables como antaño. El componente metálico se ha ido reduciendo mediante filtros para que suenen naturales.

Te pareces a mí

Los androides surgen de la búsqueda por la imitación del humano. Poseen las características de todos los robots, pero con una diferencia: su gran parecido al ser humano. 

Antonio Morell habla sobre su próxima experiencia en el laboratorio Takanishi, de la universidad de Waseda, y destaca la motivación que tienen por los humanoides, por hacerlos lo más semejante a alguien como nosotros. Estos robots pueden poseer incluso piel sintética. Sin embargo, el avance humanoide más destacado en robots fue la cadera, ya que hicieron falta muchos experimentos con el equilibrio para lograr que fueran bípedos, que se movieran como nosotros. 

Geminoid HRP-4 y su semejanza con una mujer japonesa / Fuente:
Diginfo.tv
Pese a que pueda parecer increíble, el aspecto de estos androides no despierta mucha emoción más allá del increíble trabajo estético realizado. "Cuando los diseñas de tal manera que se parece tanto a un ser humano puede generar sensación de rechazo", indica Morell. Es el caso del Geminoid HRP-4C, un robot femenino japonés al que si vemos por la calle pensaríamos que es una persona. Dan un poco de 'mal rollo' como diríamos coloquialmente. Por eso piensa que "la tendencia no debería ser acercarse a un ser humano". En el caso de Pepper, de apariencia amigable y muy simpática gracias a que asemeja a un humano, pero dejándose claro en su apariencia que es una máquina.

Aquellos robots que se han asemejado físicamente demasiado a nosotros no han tenido éxito. 

Telenoid es un dispositivo sin brazos ni piernas, "muy cuidado en expresividad", según Morell. Acompaña a personas mayores en sus casas y les facilita muchas tareas, por ejemplo llamar por teléfono. "Sirve de interfaz de comunicación entre ser humano y otro, transmitiendo así la información"; estaría en el término medio entre una máquina a secas o un robot propiamente dicho. Aún así es una bonita forma de comunicarse con los demás, agradable, amena y cercana. 

Baxter es otro ejemplo de interacción. ¿Su pecularidad? Usted es su 'profesor'. A Baxter le enseñas a coger los brazos, como si estuvieras enseñando a un ser humano y esto, insiste Morell, "permite socializar más a los robots".

Sin fallos

Todo debe estar perfectamente calculado y atado. Un fallo en el funcionamiento podría suponer un problema. "Estos robots suelen ser bastante pasivos, pero surge un problema ético que frena su comercialización", explica Acosta. Y es que si fueran más activos cabría la posibilidad de causar un daño a la persona. "Pueden emular el comportamiento humano más o menos bien, pero, ¿qué pasa si se da una situación límite?", se pregunta el experto. Sugiere que para que se consolide hacen falta años de desarrollo y mejora; aún no se ha avanzado lo suficiente. 

Acosta cree que la robótica social "tendrá resultado, pero no a un ritmo tan rápido como parece", por los problemas planteados y la escasez de tecnología avanzada, aunque se muestra optimista al respecto. 

Morell también es positivo, aunque señala que "no hay que olvidar que todo tiene un coste". Piensa que la adaptación se producirá más rápidamente primero en el ámbito de los servicios y en acciones muy concretas (no existen robots multitarea). Muestra su entusiasmo por que esto se lleve a cabo en el ámbito médico, pues supondría una gran revolución. Pero admite que "no será algo inmediato".
¿Los veremos caminar pronto por nuestras calles? Parece que aún no. Además, no sabemos cuándo se producirá la democratización en su adquisición ni si se reducirán los costes de fabricación, distribución y mantenimiento, permitiéndonos tener un robot en casa a todos. 

La robótica social está en continuo desarrollo. Podría suponer la revolución tecnológica de nuestro tiempo y una solución a problemas como el cuidado de ancianos que viven solos, o ser nuestros nuevos auxiliares de tienda o eficaces camareros. Hay una multitud de posibilidades con las que soñar. Por el momento habrá que seguir trabajando e investigando en ello para mejorar el futuro.


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