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El niño que no ríe

miércoles, 20 de mayo de 2015

La mitad de las depresiones infantiles pasan desapercibidas 
La escuela desempeña un papel fundamental en el tratamiento de estos trastornos


Ivonne Rguez Luis
La depresión causa aproximadamente un millón de muertes anuales. Así lo refleja la Organización Mundial de la Salud (OMS) en uno de sus estudios. Los trastornos depresivos, que forman parte del grupo de los trastornos de humor, suponen un importante problema de salud pública en cuanto a que afecta a unos 350 millones de personas en todo el mundo.



Obra pictórica de Bruno Amadio tomada 
del despacho de P.J. Rodríguez 
y que forma parte de la colección
 “Los Niños Llorones”/P.J. Rodríguez.
A grandes rasgos se distinguen dos tipos de depresión: la interna o endógena, que tiene que ver con factores internos y se produce cuando se daña alguna de las estructuras del cerebro (neuronas) o los componentes químicos que interactúan entre ellas (neuroconductores); y la externa o exógena, cuando este trastorno viene provocado por elementos externos o acontecimientos de la vida cotidiana.

En la actualidad, dada la coyuntura económica, social y política de España las depresiones externas se han incrementando hasta tal punto que la OMS estima que será la segunda causa de incapacidad en el mundo. El período de aparición del primer episodio depresivo está relacionado con la adolescencia o inicio de la edad adulta, e, incluso, con la etapa más sensible del desarrollo psicomotriz como es la infancia. Ya en el año 2000 el catedrático de psiquiatría infantil de la Universidad de Sevilla, Jaime Rodríguez-Sacristán definía como “alta” la tasa de menores susceptibles de sufrir este trastorno. En cambio, más de la mitad de depresiones infantiles aún pasan desapercibidas. Los expertos Pedro Javier Rodríguez Hernández y María Concepción Cristina Ramos Pérez, analizan la alta prevalencia de este trastorno y el impacto negativo y riesgo vital que supone para el menor.

La depresión en la infancia es muy difícil de diagnosticar. En los adultos este trastorno viene asociado a la tristeza acompañada de anhedonia (incapacidad para experimentar placer), abulia (falta voluntad y energía), apatía, desesperanza o desinterés. Sin embargo, tal y como específica Pedro Javier Rodríguez Hernández, pediatra, psicólogo y psiquiatra infanto-juvenil, en niños que no sobrepasan los trece o catorce años los síntomas se manifiestan en forma de irritabilidad, que muchas veces se acompaña de intolerancia a la frustración y de problemas de comportamiento inespecíficos.

Este Facultativo especialista de área del Servicio de Psiquiatría en el Hospital de Día Infanto-Juvenil de Santa Cruz de Tenerife sostiene que la exploración de las características psicológicas y de la expresión psiquiátrica de esos síntomas es imprescindible. Cuando un menor presenta irritabilidad una de las posibles causas que se ha de descartar es la aparición de un cuadro depresivo. A este respecto, María Concepción Cristina Ramos Pérez, profesora titular del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Laguna (ULL), explica que un niño puede irritarse o entristecerse porque no le compran un juguete, porque su perrito se ha puesto malo o porque no lo llevan al parque. Sin embargo, el elemento clave es que este comportamiento deja de ser aislado y puntual, irrumpiendo en su desarrollo evolutivo. Es decir, un niño que interactuaba de forma adecuada en sus entornos, de repente presenta un cambio drástico.

"La exploración de las características psicológicas y de la expresión psiquiátrica de esos síntomas es imprescindible"

Por este motivo, Pedro Javier Rodríguez subraya que, junto con la irritabilidad, hay que considerar otros factores primordiales como son:
- Primero. El comportamiento: cómo se comporta en los diferentes entornos. Es indispensable evaluar al niño en el entorno familiar y escolar. Un niño depresivo manifestaría irritabilidad en los diferentes entornos. También se estudia si algún pariente la ha sufrido debido a que existen componentes hereditarios.
- Segundo. El sueño. La depresión infantil, en la mayoría de veces, viene relacionada con problemas en el sueño: interrupciones frecuentes, se despierta antes de lo normal o se duerme más tarde que de costumbre.
- Tercero. El rendimiento escolar. Este suele disminuir asociado a la falta de interés o motivación en el estudio y al empeoramiento de la concentración.
- Cuarto. La alimentación. Se produce un cambio en los hábitos alimentarios: disminuye el apetito o bien aumenta cuando la depresión se acompaña de ansiedad, que ocurre en más de un 50% de los casos.

A medida que estos cuatro factores se ven alterados, el nivel de gravedad del trastorno que presenta el infante es mayor. Asimismo, Rodríguez Hernández, miembro de la Sociedad de Psiquiatría Infantil de la Asociación Española de Pediatría, revela que existe un perfil de niño determinado más vulnerable en cuanto a factores de personalidad se refieren. Son aquellos que tienden a la introversión (no exteriorizan los problemas), al nerviosismo y a la obsesión (se preocupan más por las cosas). 

El papel de la escuela

Los expertos consultados manifiestan que es necesaria la intervención e involucración de los colegios en estos casos. María Concepción Ramos reclama que los centros académicos han de ser un elemento de detección de problemas y que los docentes y orientadores son los encargados de poner en marcha los recursos que poseen, como centro educativo, y elaborar una estrategia de actuación para estos casos.
Esta profesora titular de Psicología Clínica Infantil especializada en la Psicopatología de la Infancia y la Adolescencia subraya que es fundamental la implicación del maestro ya que su labor no se limita a enseñar sino también observar. Si el rendimiento de un niño ha cambiado, el maestro debe de preocuparse por detectar las causas y buscar los recursos que tiene en la escuela para ponerlos a su disposición. “Bendita escuela porque, de verdad, salva a más de un niño”, reitera.
Pedro Javier Rodríguez está de acuerdo con esta experta en que los profesores son uno de los pilares básicos: “Han de observar, informar y hacer que aumente la experiencia de éxito del niño”. Asegura que, dado que los infantes pasan la mayor parte del día en el colegio, es ineludible adaptar los requerimientos del entorno, del colegio y de la familia al estado anímico del niño. 

Tratamiento

P.J. Rodríguez, que colabora en el Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Ntra. Sra. de Candelaria, afirma que son muchísimos los cuadros depresivos que pasan por su consulta e incluso casos graves que necesitan fármacos antidepresivos. En este contexto, Rodríguez Hernández explica que el protocolo de actuación, aplicado por los especialistas, es el siguiente:
- Exploración psicopatológica. Se realiza un análisis de los diferentes aspectos psicológicos del niño mediante la observación. Normalmente se hace una entrevista familiar y luego, entrevistas individuales. De esta forma, se indaga en la comunicación verbal y gestual del niño, su comportamiento (movimientos), la socialización y los cuatro factores primordiales (entorno, sueño, alimentación y rendimiento académico).
- Descartar que hayan otras anomalías asociadas. Es frecuente que la depresión infanto-juvenil esté asociada con otros problemas como la anorexia nerviosa, o los trastornos de déficit de atención, entre otros.
- Averiguar desde cuándo el menor presenta esta sintomatología y si ha habido un hecho desencadenante. Al mismo tiempo, se ha de considerar si tiene ideación suicida. El 25% de los niños adolescente con depresión grave se acompaña de ideas suicidas aunque no siempre se acompaña de intentos de suicidio.
Una vez que se le diagnostica y se confirma un trastorno depresivo, se inicia un tratamiento multimodal e interdisciplinar. En primer lugar, se pone en práctica una psicoterapia cognitivo conductual, que consiste en la transformación positiva de aquellas ideas negativas que naveguen en su mente.

Luego, se proporcionan una serie de pautas conductuales para que su vida y los factores de su entorno cambien, que implica tanto a la familia como al colegio. Es inherente a este proceso que los niños tengan mayor experiencia de éxito para mejorar su estado de ánimo.
Se han de favorecer los comportamientos positivos para ir aumentándolos, mientras que los castigos, de darse, se han de realizar de forma diferente (castigos más cortos y que no se basen en el insulto o la presión). Así, el niño podrá superar esa fase de estado de ánimo.
Todo ello constituye un procedimiento lento y que requiere la evaluación periódica del desarrollo del paciente. Una vez que se supera este trastorno, es supervisado por el especialista que ha llevado su caso con el fin de evitar una futura recaída.

"Es fundamental la implicación de la familia y del maestro ya que su labor no se limita a enseñar sino también observar"

En definitiva, épocas de crisis siempre han existido a lo largo de la historia y desde luego que, los trastornos mentales se incrementan cuando el entorno empeora. Pero, la sociedad se ha sumido en esa vorágine de lo material dejando a un lado el valor del apoyo o de los afectos. Olvidando, de esta forma, lo importante que es aprender las emociones adecuadas para poder afrontar las vicisitudes y las dificultades que se presentan en la vida. Esa sí que es, la gran crisis actual.

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