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El Museo de la Naturaleza y el Hombre restaura el cañón del siglo XIX hallado en Punta del Hidalgo

jueves, 2 de junio de 2016

  • La histórica pieza necesita un delicado tratamiento por electrólisis debido a su permanencia en el fondo del mar durante más de un siglo


Por William Rodríguez | San Cristóbal de La Laguna

Una conservadora del museo mide la conductividad del proceso electrolítico. | Foto: William Rodríguez

Durante las obras que se realizaban en el mes de junio de 2015 en el muelle del Roquete, en Punta del Hidalgo (La Laguna), los trabajadores encontraron un cañón de hierro en el mar. Casi un año después, este hallazgo recibe cuidados para su conservación en el Museo de la Naturaleza y el Hombre de Santa Cruz de Tenerife. Aquí, las técnicas en restauración y conservación lo mantienen sumergido en agua para eliminarle la costra que ha acumulado a lo largo de tantos años, y que contribuye a su corrosión. Luego, se volverá a metalizar gracias al proceso electrolítico aplicado.

El cañón mide un metro y 40 centímetros de largo, con una abertura de la boca de unos 11 centímetros. Pese a que en el momento de su descubrimiento se estimaba que el arma databa de comienzos del siglo XVIII, los historiadores del Museo han determinado que es del siglo XIX y que, debido a sus dimensiones, es posible que formara parte de una batería de defensa. También han llegado a la conclusión de que la pieza puede que cayera en desuso y terminara por usarse como material de escombro, al igual que otros cañones que se han encontrado en el litoral de Santa Cruz de Tenerife.

El hecho de que el cañón estuviera sumergido en el mar, y no enterrado bajo tierra como la mayoría que se encuentran en la Isla, ha provocado que se le tenga que someter a un tratamiento especial. Por ello, las condiciones de este artilugio son muy delicadas y debe conservarse siempre húmedo. Su estancia en el mar le ha permitido mantenerse estabilizado gracias a encontrarse en un estado de equilibrio y, de esta manera, el hierro no sufrió  en ese período ninguna reacción que lo deteriorara. Pero cuando lo extraen de su entorno aparece el riesgo de que se desestabilice, por lo que debían volver a establecer las condiciones ambientales idóneas para su mantenimiento.

Imagen del cañón, envuelto con una malla metálica para favorecer su metalización. | Foto: William Rodríguez

Para ello, el procedimiento que han seguido es, en primer lugar, evitar que el cañón se secase a toda costa, por lo que permanece húmedo en una bañera con agua y cloruro. Además, los conservadores tuvieron que eliminar casi en su totalidad el hierro de la superficie del metal para que no comenzara a corroerse. Para tratar de estabilizarlo, una vez que se le quita toda la costra que ha almacenado, le aplicaron la electrólisis, un proceso que se basa en separar los elementos de un compuesto por medio de una corriente eléctrica continua, con el fin, en este caso, de añadir una capa metálica externa al objeto. Es decir, se busca una nueva metalización.

Este proceso consta de dos elementos, el ánodo y el cátodo. El ánodo es un metal que se sacrifica, y se trata de una malla metálica que envuelve al cañón. Este sacrificio se realiza en beneficio del cátodo,  que se trata del propio cañón. Dicha malla se oxida para que el cañón pueda volver a metalizarse, mientras que hay una sustancia, la sosa cáustica, que actúa como conductor de la electricidad y que se descompone al paso de la corriente eléctrica. Esta sustancia pasa a llamarse electrolito y la corriente se inicia gracias a un aparato, el conductímetro.

El histórico objeto llegó al Museo en septiembre, pero no sería hasta el mes de diciembre cuando lo someterían a la electrólisis, un procedimiento en el que aún se encuentra a día de hoy y cuyos resultados se anotan periódicamente en una tabla de seguimiento en función de los datos de estabilización que arroja el conductímetro.

Imagen del conductímetro, aparato que genera la corriente y muestra los datos del proceso electrolítico. | Foto: William Rodríguez