- La histórica pieza necesita un delicado tratamiento por electrólisis debido a su permanencia en el fondo del mar durante más de un siglo
Por William Rodríguez | San Cristóbal de La Laguna
Una
conservadora del museo mide la conductividad del proceso electrolítico. | Foto: William Rodríguez
|
Durante las obras que se realizaban en el mes de junio de 2015 en el muelle del Roquete, en Punta del Hidalgo (La Laguna), los
trabajadores encontraron un cañón de hierro en el mar. Casi un año después,
este hallazgo recibe cuidados para su conservación en el Museo de la Naturaleza y el Hombre de Santa Cruz de Tenerife. Aquí, las técnicas en restauración y conservación lo mantienen sumergido en agua para eliminarle la costra que ha acumulado a lo largo de tantos años, y que contribuye a su corrosión. Luego, se volverá a metalizar gracias al proceso
electrolítico aplicado.
El cañón mide un metro y 40 centímetros de largo, con una
abertura de la boca de unos 11 centímetros. Pese a que en el momento de su
descubrimiento se estimaba que el arma databa de comienzos del siglo XVIII, los
historiadores del Museo han determinado que es del siglo XIX y que, debido a
sus dimensiones, es posible que formara parte de una batería de defensa.
También han llegado a la conclusión de que la pieza puede que cayera en desuso
y terminara por usarse como material de escombro, al igual que otros cañones
que se han encontrado en el litoral de Santa Cruz de Tenerife.
El hecho de que el cañón estuviera sumergido en el mar, y no
enterrado bajo tierra como la mayoría que se encuentran en la Isla, ha
provocado que se le tenga que someter a un tratamiento especial. Por ello, las
condiciones de este artilugio son muy delicadas y debe conservarse siempre
húmedo. Su estancia en el mar le ha permitido mantenerse estabilizado gracias a
encontrarse en un estado de equilibrio y, de esta manera, el hierro no sufrió en ese período ninguna reacción que lo
deteriorara. Pero cuando lo extraen de su entorno aparece el riesgo de que se
desestabilice, por lo que debían volver a establecer las condiciones
ambientales idóneas para su mantenimiento.
Imagen del
cañón, envuelto con una malla metálica para favorecer su metalización. | Foto: William Rodríguez
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Para ello, el procedimiento que han seguido es, en primer
lugar, evitar que el cañón se secase a toda costa, por lo que permanece húmedo
en una bañera con agua y cloruro. Además, los conservadores tuvieron que
eliminar casi en su totalidad el hierro de la superficie del metal para que no
comenzara a corroerse. Para tratar de estabilizarlo, una vez que se le quita
toda la costra que ha almacenado, le aplicaron la electrólisis, un proceso que
se basa en separar los elementos de un compuesto por medio de una corriente
eléctrica continua, con el fin, en este caso, de añadir una capa metálica
externa al objeto. Es decir, se busca una nueva metalización.
Este proceso consta de dos elementos, el ánodo y el cátodo.
El ánodo es un metal que se sacrifica, y se trata de una malla metálica que
envuelve al cañón. Este sacrificio se realiza en beneficio del cátodo, que se trata del
propio cañón. Dicha malla se oxida para que el cañón pueda volver a
metalizarse, mientras que hay una sustancia, la sosa cáustica, que actúa como
conductor de la electricidad y que se descompone al paso de la corriente
eléctrica. Esta sustancia pasa a llamarse electrolito y la corriente
se inicia gracias a un aparato, el conductímetro.
El histórico objeto llegó al Museo en septiembre, pero no
sería hasta el mes de diciembre cuando lo someterían a la electrólisis, un
procedimiento en el que aún se encuentra a día de hoy y cuyos resultados se
anotan periódicamente en una tabla de seguimiento en función de los datos de
estabilización que arroja el conductímetro.
Imagen del
conductímetro, aparato que genera la corriente y muestra los datos del proceso
electrolítico. | Foto: William Rodríguez
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